Recorridos no evidentes

En una disertación sobre el movimiento y el mundo contemporáneo, el filósofo Gilles Deleuze afirma que ya no hay “un origen como punto de partida, sino como un modo de ponerse en órbita”. El asunto es “situarse en el movimiento”, insertarse en el flujo o en el recorrido sin pretender que la propia experiencia sea el fundamento de ese esfuerzo. En nuestra era, donde el tránsito de un lugar a otro se ha convertido en el verdadero hogar de millones de seres humanos esta idea cobra mucho valor. 

Cuando habitamos el movimiento todo cambia. El asunto no es salir y llegar, comenzar o terminar el camino. Hoy los recorridos no tienen fin, continúan de manera infinita en las palabras, las imágenes, la fusión de los olores, sabores y texturas de un lugar en otro, la deformación de la identidad original y del mundo que la recibe. Tampoco tienen una sola dirección. Las marcas provocadas por el desplazamiento son lo primordial. Es el fundamento de toda diáspora, de la experiencia de la migración. De dónde salieron y hacia dónde van quienes están en tránsito es menos importante que las líneas invisibles del mapa de sus emociones: identidades, derechos y afectos. El trazado de esos recorridos no evidentes, donde la expresión y el camino conforman una misma experiencia, constituye su cartografía real. Los lugares dejan de ser territorios y comienzan a ser lenguaje: tejidos de textos ⎯lingüísticos y visuales⎯ tan elaborados que ya no coinciden con un espacio específico. Es lo que ocurre en el trabajo de Carlos Colin.    

Las obras de este artista mejicano residenciado en Canadá están llenas de marcas de trayectos físicos, imaginarios y espirituales. En ellas están imbricadas su propia experiencia y la épica de la diáspora latinoamericana de los últimos años. Sin embargo, no bajo un criterio de universalización. Sus propuestas están tensadas hacia las historias más cotidianas. A espacios donde las marcas de los inmigrantes están lejos de los medios y el poder, y cerca de los anuncios callejeros, los lugares de trabajo, los espacios de reuniones sociales y las costumbre. Clichés culturales asociados al trabajador latinoamericano, utopías que fundaron nuestras tierras y cargamos con ellas, el tiempo laberíntico del viajero y sus espacios permanentes y provisionales son presentados en la magia de un devenir activo, sin nostalgia y sin negar el mundo como se presenta. 

Lo bello y lo difícil del arte es poder expresarse con la voz de todos sin olvidar la voz de quien teje también su propio relato. Lo hicieron los aedos nómadas de la antigüedad y lo hace Colin en Mil usos (Jack of All Trades), No lugar (No Place) y Little México.

Humberto Valdivieso
Curador

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